No
se sabe con exactitud cuándo se empezó a cultivar la vid, pero todos los
indicios apuntan al Neolítico. Sí parece estar más claro, según la mayoría de los estudios arqueológicos, que
el origen de la elaboración de vino se sitúa hace aproximadamente 6.000 años,
en Asia, en las laderas del Cáucaso y las riberas del Volga, en la región de
Astrakán. Desde aquí el cultivo de la vid se fue extendiendo hacia el sur por
Mesopotamia, hasta la India y China. Su mayor difusión se produjo hacia el oeste, a través de Armenia y Siria,
hacia Palestina, Israel y Egipto.
Egipcios vendimiando. Pintura
realizada en la tumba de Nebamón.
Un
pueblo marinero y comerciante como el fenicio aprendió en el Mediterráneo
oriental los secretos de la enología, y se encargó de extenderla a sus nuevas
colonias. En la Grecia clásica Dionisos, dios del vino, forma parte de la
mitología antigua. Se
puede
decir que desde los años 700 a.C. el vino ya era una bebida estándar
en Grecia, se solía beber aguado. En Galicia, se han encontrado numerosos
yacimientos arqueológicos con restos de ánforas vinarias, tanto greco-latinas
como tartésicas de la Bética, que dan fe del consumo de vino antes del VII a.C,
seguramente traído por los navegantes fenicios y griegos, en búsqueda, entre
otros, del tan apreciado estaño.
Ánforas tartésicas de la Bética.
Los
romanos toman el relevo a los griegos, y a partir del siglo II a. de C. dan
nuevos impulsos al desarrollo de los viñedos. Plinio comenta en sus escritos que
los legionarios romanos llevaban varas de vid en sus equipos de campaña y los iban
implantando en los lugares conquistados(incluso por encima de los 55º de latitud, en Normandía, Flandes y norte
de Alemania
y los países Bálticos). Sibaritas reconocidos, los romanos
hicieron del vino elemento central de todo ritual festivo.
Las
fuentes históricas que hacen referencia a los inicios de la viticultura en
Galicia la sitúan bajo el amparo de la conquista romana, iniciada con la
presencia del general romano Décimo Junio Bruto (llamado Gallaecius) en el año
137 a.C y continuada a raíz de las campañas de Julio César hasta Brigantium a mediados
del siglo I a.C. Su penetración más probable es por el valle del Sil, al amparo
de los establecimientos de la minería del oro; de hecho, los actuales viñedos de
la Ribeira Sacra obedecen a criterios de implantanción claramente recomendados
por los tratadistas clásicos romanos.
Rómulo,
primer rey de Roma, prohibió a las mujeres beber temetum (vino puro) y
estableció por ley para ellas la absoluta abstinencia.
Durante
la progresiva caída del imperio romano diversos pueblos germanos
–rendidos a la cerveza- fueron ocupando y expandiéndose por los territorios
europeos hacia el sur. No obstante algunos de los invasores eran cristianos y eran amantes de la viticultura. Algunos de ellos como los visigodos heredaron la costumbre romana del empleo y cultivo del vino. Aún así, la viña
sufrió una fuerte recesión, que se mantuvo a lo largo de toda la Edad Media,
salvo pequeños reductos en manos de órdenes religiosas que precisaban el vino
para celebrar la Eucaristía. El vino, por tanto, perdió su carácter festivo
para quedar limitado a símbolo religioso. Entre los siglos IX y XII sobresalen
los vinos gallegos de la Castellae Auriense, los actuales Ribeiros, llegando a
la mesa de los principales monarcas y monasterios asentados en los reinos
cristianos de la Península Ibérica.
En
la península, la dominación musulmana, con sus prohibiciones coránicas de
consumo de vino no favoreció su proliferación, aunque permitió que los
cristianos lo elaborasen. Tras la Reconquista
empiezan a plantarse viñedos en torno al Camino de Santiago donde
empieza a surgir los vinos de la Ribera del Duero y Rioja.
Ya en los siglos XII empieza a cultivarse vides en zonas de Cataluña dando lugar a viñedos del Penedés y de Tarragona.
El vino de Jerez empezó a alcanzar fama en la zona. El Ribeiro
se empieza a exportar a gran escala hacía Inglaterra a partir del año 1386,
embarcado en toneles de roble o castaño en naos en los puertos de Pontevedra y
A Coruña, siendo el más caro de los vinos que van a entrar en las Islas
Británicas.
En
el S. XV, conquistada Granada y descubierto el Nuevo Mundo, los españoles llevan
a América las primeras cepas en 1493, y es en Argentina y Chile, con un clima más
parecido al Mediterráneo, donde mejor arraigan. Un documento del Archivo de
Simancas recién analizado revela que "un clérigo gallego", cuyo
nombre se desconoce, llevó a La Española dos pipotes "de vino de
Ribadavia". Los misioneros evangelizadores llevan el
vino por todo el continente, como Fray Junípero Serra, que plantó cepas en
California. El éxito que alcanzó el cultivo de la vid fue enorme.
En
los siglos XVII y XVIII otros países también fundaron sus imperios coloniales.
De este modo los holandeses plantan cepas europeas en Sudáfrica, mientras que
los ingleses hacen lo propio en Australia.
El
siglo XIX representa la modernidad para la viticultura. El mayor conocimiento
de la fermentación, gracias a Pasteur, permite sentar las bases para una
correcta elaboración y conservación de los vinos. Pero a finales de este
siglo, cuando parecía que los problemas en la vinificación parecían solucionarse
gracias a los postulados del científico francés, una devastadora plaga procedente de EEUU, la filoxera,
diezmó los viñedos europeos. Esta especie de mosca ataca la raíz de la vid hasta
que destruye la planta por completo.
Tira cómica de Edward Linley Sambourne, publicada en el Times en 1890. "La filoxera, un verdadero gourmet, descubre los mejores viñedos y se une a los mejores vinos."
La
solución al problema pasó por adoptar vides americanas resistentes a la filoxera
como patrones de la vid europea, obteniéndose variedades vigorosas fruto de la
combinación de ambos tipos de plantas.
Los
viticultores gallegos aprovecharon este momento para injertar variedades
foráneas más productivas que las autóctonas. Se trajeron de Jerez la uva
palomino para blancos, y la Alicante o Garnacha, para tintos. Estas variedades,
muy vigorosas y productivas, no estaban adaptadas a las condiciones propias de una
región atlántica, por lo que producían vinos de poca calidad, cortos de aroma, poco
energéticos y con una acidez muy alta que, sin embargo, se hicieron muy
populares. Cuanto más turbio salía, más gracia tenía el vino.
Por suerte,
nuestra peculiar orografía, llena de valles recoletos y ocultos, hizo que
muchas de las variedades autóctonas como la Treixadura, Albariño, Loureiro, Godello, Blanca Lexítima, Caíño o Brancellao, se salvaran tras el desastre y
permitiesen, unas décadas más adelante, el resurgimiento de la nueva viticultura
gallega.
Fue
así, cuando a principios de los ochenta algo cambió. Santiago Ruíz con el albariño en Rías Baixas;
Viña Mein, Emilio Rojo y otros colleiteiros en O Ribeiro; Luis Hidalgo con el godello en Valdeorras, entre otros, se
lanzaron al estudio y recuperación de las variedades autóctonas gallegas con el
fin de elaborar nuevos y mejores vinos. En la zona de a Ribeira Sacra y Monterrei se potenció el cultivo de la uva mencía, muy adaptada a estas zonas. La reconversión que empezó siendo
lenta, avanzó cada vez más deprisa. De la Unión Europea llegaron ayudas para la reestructuración y reconversión varietal del viñedo; se crearon
nuevas cooperativas y bodegas, y se modernizaron las ya existentes; se contrataron técnicos y
enólogos cualificados; los Consellos Reguladores se modernizaron, adaptándose a
las nuevas normativas de calidad. Se potenció la exportación y el consumo interno. Gracias a todo este esfuerzo y al éxito que fueron cosechando los nuevos de vinos de calidad, el vino gallego se encuentra, en la actualidad, en el mejor momento de su historia.
Fuentes:
El libro del vino. Todo sobre el vino y Vinos de España.(Enrique Calduch).
Guía de vinos, Destilados y Bodegas de Galicia. (Servino, Luis Paadin).
Apuntes sobre viticultura para ingenieros técnicos agrícolas.
Historia del vino- Wikipedia.
Artículos periodísticos del Faro de Vigo y La Voz de Galicia.